¿Alguna vez has oído hablar del Lunes de Aguas? Se trata de una fiesta que se celebra en Salamanca el Lunes posterior a al lunes de Pascua. Durante este día es habitual que las familias y grupos de amigos salgan al campo a disfrutar del hornazo. Un plato típico de la región hecho a base de hojaldre, carne y embutido. Y aunque hoy en día la norma eclesiástica de no comer carne durante la Cuaresma ya no se sigue tan a rajatabla, podemos entender por qué en el pasado esta receta tenía tanto sentido.
Pero es posible que no sepas por qué tiene lugar esta celebración cada año en la provincia y en qué momento tiene su origen. La historia resulta bastante curiosa. Una historia de privación y desenfreno, de obediencia piadosa y derroche lujurioso que hoy se ha convertido en una de las fiestas únicas y exclusivas de Salamanca y, por ello, de las más importantes. Una verdadera seña de identidad.
Para ello, debemos remontarnos al 12 de noviembre de 1543 cuando un jovencísimo Felipe II decidió celebrar su boda con María de Portugal en Salamanca cuando contaba solamente con 16 años de edad. Una visita que causó gran expectación entre los salmantinos. La boda tendría lugar en las casas del licenciado Lugo, frente a Santo Tomé, donde hoy se encuentra la actual Plaza de los Bandos.
Durante su estancia en la ciudad quedó estupefacto ante el libertinaje sexual que reinaba por toda la ciudad, algo que se daba sobre todo entre los estudiantes. En sólo unos días el futuro rey tendría tiempo suficiente para contemplar asombrado el verdadero rostro de la ciudad. Y es que aunque joven, Felipe II fue siempre una persona de carácter grave y severo que daba ya muestras a una edad tan temprana de su carácter sobrio, religioso y poco aficionado a los placeres vanales.
No obstante, los salmantinos todavía tendrían tiempo desde el 19 de noviembre que marchó el príncipe con su esposa a Valladolid, por entonces capital de España, para disfrutar de los saraos, festejos, corridas de toros, juegos de cañas, justas y torneos entre los bandos tradicionales de la ciudad, bailes, juegos y todo tipo de actividades lúdicas, de forma ininterrumpida.
Por su parte, Felipe II queda asombrado de ver cómo esta sobria y señorial capital considerada como templo del saber, luminaria del cristianismo europeo y que apenas daba problemas, se había convertido en una auténtica bacanal del ocio, la diversión y los excesos. Y es que en aquella época Salamanca contaba nada más y nada menos que con 8.000 estudiantes. Lo cual resulta impresionante si pensamos que la pequeña villa de Madrid contaba en aquellos años con sólo 11.000 habitantes.
Entre ellos se encontraban tanto becados como sopistas y señoritos de familias acomodadas que movían a su alrededor un complejo universo lleno de criados, mozos de cuadra, taberneros, sacerdotes corruptos, catedráticos de todo tipo, lavanderas, amas de llaves, buhoneros, feriantes y prostitutas para todos los bolsillos con más carrera que los propios estudiantes. De esta forma, la ciudad con la universidad más antigua, se convertía también en el mayor burdel de Europa. Pícaros, incluseros, avispados, alcahuetas y «Celestinas» poblaban los arrabales de Salamanca, sirviendo de inspiración a muchos literatos.
Por todo ello, Felipe II tomaría la decisión de exiliar a las prostitutas durante la Cuaresma a una casa de mancebía situada al otro lado del río con la finalidad de evitar los pecados de la carne, tan prohibidos por la Iglesia en esta época del año. Poniendo además como condición que ninguna se atreviera a acercarse a menos de una legua de la ciudad, bajo pena de ser castigada duramente.
De esta forma, las prostitutas dejaban su residencia habitual el Miércoles de Ceniza para pasar a vivir durante 40 días al otro lado del río Tormes. El «Padre Putas» era el responsable de vigilarlas, cuidarlas y atenderlas durante este tiempo. Un personaje que se ha convertido en el cabezudo más famoso perseguidor de niños durante las fiestas salmantinas. Además, ésta acompañaba a los estudiantes a recoger del exilio a estas mujeres el lunes siguiente al de la Pascua.
Es entonces cuando miles de ciudadanos iban hasta la orilla del río con sus barcas para recibir a las prostitutas. Algunos de ellos incluso las ayudaban a cruzar el río. Todo esto acompañado de una fiesta en la que el alcohol, la comida, el baile y el sexo eran los auténticos protagonistas. No es para menos, si pensamos en la alegría que sentían los estudiantes cuando las prostitutas volvían a la ciudad después de un intenso periodo de mes y medio de abstinencia. Y así lo reflejó Girolamo Sommaia en su diario, donde narraba como las mancebas atravesaban el Tormes en barca ante las miradas ansiosas de estudiantes y vecinos.
En la actualidad durante esta celebración, además de las tradicionales comidas en el campo o en el río, el ayuntamiento de Salamanca también organiza actividades lúdicas para todas las edades para amenizar los principales parques de la ciudad. Además, en los últimos años se ha arreglado la ribera del río desde los puentes hasta la periferia, con lo cual hay multitud de lugares para poder comer, siendo especialmente destacable el que se encuentra al lado del Puente Romano, donde van la mayoría de los jóvenes.
Y aunque los excesos de esta tradición se han ido perdiendo, la costumbre de ir con los amigos y la familia al campo o al río para degustar el hornazo continúa muy viva hoy en día. Hornazo que aunque hoy se comercializa en muchas tiendas de forma industrial todavía sigue siendo elaborado por las mujeres en casa, sobre todo en el medio rural. Hoy los salmantinos no van a buscar a aquellas mujeres a la ribera del Tormes, pero se sigue celebrando con el mismo entusiasmo, debiendo admitir que hace siglos, todos fueron tunantes por un día, junto al río.
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